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TESAVAL. El arbol genealogico del alumnado

RELATOS HISTÓRICOS TOMADOS DE PERSONAS DE LA ÉPOCA

DATOS HISTÓRICOS DEL RECUERDO

DATOS CONTADOS POR PERSONAS DEL PUEBLO SOBRE CÓMO SE VIVÍA EN ESTE TIEMPO HISTÓRICO (datos tomados de internet de un foro sobre la Republica)

 

«En 1931 las clases trabajadoras recibieron la República con los brazos abiertos; pero cinco años más tarde lo único que se escuchaban eran quejas.»


La República vino, según Francisco Bodas, porque «los capitalistas no daban trabajo» y, cuando lo daban, se quedaban con todo el beneficio y los trabajadores no cobraban nada. «Se explotaba al obrero.»

1. La situación económica

Durante la República mejoró considerablemente la situación de los trabajadores: «Había buenos contratos de trabajo y un salario que antes era de ocho pesetas, ahora era como mínimo de diez o quince pesetas.» Los precios eran los siguientes:
pesetas.  

1 kg de pan

65 - 70 céntimos

1kg de carne

3 pesetas

1 litro de vino

60 – 70 céntimos

1 cerveza

30-35 céntimos

1 traje

125 – 130 pesetas

Camisa de popelín

12 pesetas

calcetines

12 pesetas

calzado

20-30 pesetas

 

 

 

 

 

 

 


«En 1934 mi abuelo paterno vivía en Loja (Granada), porque su padre trabajaba en el ferrocarril y estaba en un paso a nivel, para bajar la barrera y dar paso a los trenes.

 


«Su madre había muerto cuando él aún era muy pequeño y en ésta pequeña casa del paso a nivel vivían su padre, sus cinco hermanos y él.  No es que vivieran muy bien, pero no se podían quejar; mi abuelo tendría unos quince años y se iba a ayudar en el campo a los dueños y señores de los cortijos.  «Él casi siempre había trabajado en el mismo cortijo y por eso conoció a mi abuela; desde muy pequeños [se conocieron], pues ella era la que preparaba la comida tanto a él como a los demás jornaleros... 

 

«Mi abuelo materno nació en... Colmenar de Oreja (Madrid). «Él estaba trabajando en el campo como jornalero y conoció a mi abuela de verla en el pueblo, puesto que antes todo el mundo se conocía, y de haber ido de vez en cuando con ella a trabajar, pero nada más. No ganaban mucho, pero sí vivían mucho mejor que cuando estalló la guerra y en la posguerra. Ella siempre había tenido algo criado en el campo y en el corral había gallinas y conejos, por lo que gracias a esto no faltó para comer.»

En Montemolín (Badajoz) el marido de María Márquez guardaba ovejas y ganaba unas treinta pesetas cada quince días, aparte de lo que le daban en especie (garbanzos, aceite y harina), con lo que vivían bien.

El padre de Ana Delgado no llegó a cobrar una perra gorda al servicio de un gran capitalista en Miajadas (Cáceres), el cual se marchó a Trujillo, que era «pueblo de ricos... porque no toleraba la reforma agraria.»

«El capitalista —explica Francisco Bodas—, al ver que llegaba la reforma agraria, se apresuró a vender sus tierras y así no tener que entregarlas.


«En Belvís de la Jara (Toledo) había once labranzas, regadas por el río Gévalo, que eran de un solo dueño: las Bolillejas, Aguilera, el Viñazo, el Torno, la Casa de la Torre, la Pradera, Vervina, Montejica, el Tres de Bastos, Santa Paula y la Granja. Los obreros las compraron pero sólo pagaron tres: La Bolilleja, el Torno y la Casa de la Torre, así que al llegar la guerra les levantaron la hipoteca [¿se las expropiaron con el cambio de régimen?]. Se volvieron a vender y al dueño [¿el antiguo propietario?] le quedaron tres labranzas gratuitamente: La Granja, el Tres de Bastos y Santa Paula.»


Cómo se vivía en el campo. La vida rural



En Renales (Guadalajara) todos los vecinos eran labradores, tenían tierras de labor, un huerto, unas pocas ovejas y algún cerdo o cabra. No había grandes propietarios. Cada pueblo tenía además un herrero o un carpintero. También había algunos pastores y jornaleros. Se trabajaba de sol a sol y no había vacaciones, «porque, aparte de que se trabajaba generalmente para uno mismo, el campo no descansa...» Eran casi autosuficientes, se hacían los muebles y las herramientas y sólo tenían dos trajes, uno para las fiestas y otro para el campo que se remendaban «hasta que no le cabían más remiendos.»


En Méntrida (Toledo) la gente se dedicaba a la agricultura, que la industria no existía y la mecanización no llegó hasta mucho después de la guerra. Se trabajaba de sol a sol las tierras propias o las arrendadas a los terratenientes.



La vida en Madrid

 

Natividad Fuerte emigró a Madrid en busca de trabajo en 1931, que la gente de su pueblo, en la provincia de Palencia, vivía de la agricultura y con la crisis económica se habían paralizado todas las exportaciones y, aunque se comía de lo que se labraba, no había dinero para cubrir otras necesidades. Así, con muchos apuros y esfuerzos, Natividad, que tenía once hermanos, enviaba a su familia la mitad de lo que ganaba en un restaurante de la plaza de España.


Como todos los días acudían al restaurante muchos pobres a pedir los restos de la comida, Natividad pidió permiso a su patrón para repartírselos; obtenido el cual, todos los días «a la hora de cerrar aquello se llenaba de hombres, mujeres, niños, ancianos... todos ellos en busca de algo de comida.» Incluso la prensa publicó una foto suya con un suelto en que «se hablaba de la grave situación por la que estaba atravesando el país»; a pesar de lo cual, «todavía quedaba gente humanitaria que daba lo que podía a la gente que lo necesitaba.». El padre era funcionario de Correos y escultor por la tarde, la madre empleada y tenían tres hijos.



«Era costumbre por aquella época tener una lavandera en casa, que, además de lo que su nombre indica, ayudaba en las tareas de la casa y se encargaba a veces del cuidado de los niños.


«La forma de vida era muy casera y se conocía mejor a los vecinos próximos, era una vecindad familiar. También la familia hacía más vida en común. Frecuentemente había reuniones de familia donde coincidían padres, abuelos, tíos... Estos encuentros eran especialmente importantes cuando había alguna fiesta que celebrar. Los domingos y festivos se iba al campo y se visitaban los alrededores de Madrid. En invierno se reunían los amigos y se jugaba al parchís, se cantaba... Por la mañana visitaban museos o recorrían las calles del centro.»


En el 31 compraron la primera radio y escuchaban EAJ7 Unión Radio Madrid. Había un locutor que se llamaba Carlos del Pozo.


Las viviendas eran sencillas, aunque sin retrete; sólo las casas de clase media lo tenían. Era fácil cambiar de vivienda porque había mucho donde elegir. Por un piso de ocho habitaciones, cocina y baño se pagaban quince duros al mes.


Se hacía la compra a diario porque no había neveras, pero el sábado era el día de las grandes compras. Muchos comercios abrían el domingo por la mañana. También había mucha venta ambulante.

«El 1º de Mayo todo el mundo hacía fiesta —dice Eugenio Alonso—. Nadie trabajaba, ni tranvías ni nada. Sólo algunos médicos. Todo quedaba totalmente paralizado. Si querías coger el coche, o simplemente querías desplazarte de un sitio a otro por cualquier causa, debías pedir permiso al Ayuntamiento, donde te daban un salvoconducto para ir adonde quisieras.


«En general te ibas de fiesta por ahí, al río, por ejemplo, como si de cualquier otra fiesta se tratase. No había manifestaciones ni mítines. Sólo podía uno divertirse; claro que sin cines, ni teatros, ni bares. Había que comprar todo el día de antes. Era el 1º de mayo, el día de los trabajadores y el país se paralizaba.»

La prensa habitual era: El heraldo de Madrid, republicano; El debate, derechista; Solidaridad Obrera, anarquista; El socialista, socialista; Mundo Obrero, comunista.


La radio estaba muy poco difundida, escasamente habría una cada cien vecinos.


2. La situación política



Proclamada la República tras la victoria electoral del 12 de abril, «llegaron las manifestaciones de júbilo, el alborozo en las calles, los camiones llenos de gente que portaban la nueva bandera y cantaban felices:

Alfonso, Alfonso,  Alfonso márchate,  y llévate contigo  al …  de Berenguer.  El día que se proclamó la República Eugenio Alonso estaba trabajando en Madrid. «Comenzaron a oír ¡Viva la República! ¡Ha entrado la República! y dejaron de trabajar y se marcharon a sus casas. Por la calle todos estaban contentos, todos eran amigos. Bajando por la Gran Vía mi abuelo quedó impresionado cuando vio que la gente estaba con los guardias, se ponían sus gorros y gritaban todos a la vez ¡Viva la República! Todo estaba revuelto, todos [estaban] de buena gana, todo el mundo reía, todo el mundo estaba contento. No había patosos de esos que ahora van a las manifestaciones y rompen todo y queman todo y arman jaleo.»
Eugenio pertenecía a la UGT, que entonces era obligatorio pertenecer a un sindicato para trabajar, aunque en Barajas, donde vivía, predominaban los sindicalistas de la CNT. «Para pedir trabajo, tenías que llevar la cartilla probando que pertenecías a algún sindicato.» Y, según qué sindicato, así era el trabajo.

Entre Barajas y la Alameda de Osuna serían unos veinte o treinta sindicalistas, casi todos albañiles, que se reunían cada una o dos semanas en la Casa del Pueblo, aunque los de la Alameda venían sólo cuando había algún tema importante. Cuando había huelga, se conocía en el local y casi todo el mundo la hacía. «Las huelgas duraban hasta que se solucionaba el problema.» Mientras permanecían sin ir a los lugares de trabajo, «no había manifestaciones.» Sin embargo, «el triunfo de la izquierda no significó la muerte de la derecha —afirma Ciriaco Gismera—, sino que se encontraba presente en la vida cotidiana respaldando los abusos de los patrones y tratando de sembrar la inestabilidad.» En opinión de Francisco Bodas las elecciones del 14 de abril de 1931 las «ganaron los trabajadores; entonces el rey se fue a Roma y dejó muy abandonada España, [porque] no le importaba el país.» «Con Pablo Iglesias y otros se acordó no trabajar de sol a sol; ya en la República se trabajaba ocho horas. Pablo Iglesias luchó mucho por los trabajadores y por la jornada de ocho horas. Unos capitalistas bilbaínos le ofrecieron mucho dinero para que se marchase a Francia. Antes de la República se tenía que hablar de Pablo Iglesias en secreto.»

Pablo Iglesias, que llamaban El Apóstol, vivía en la calle Ferraz de Madrid. «El día que murió se dice que el rey estaba detrás de los visillos del Palacio Real y dijo al pasar el funeral que cuando el rey de España muriese no llevaría un entierro como el de Pablo Iglesias. Era un hospiciano y trabajaba como tipógrafo en una imprenta.» «En una casa de la calle Tetuán, en la taberna Labra, donde se reunían clandestinamente, se fundó el PSOE.» Los trabajadores del campo «principalmente esperaban de la República la reforma agraria, que consistía más que nada en que el capitalista diese a los obreros tierras para cultivar, las tierras que les sobrasen. «Principalmente su obra se centró en las escuelas y en el campo... El afán de la República era el obrero, el campo y las escuelas (construyó muy buenas escuelas). El afán de la Casa del Pueblo era el obrero (daban unas pesetillas a los obreros que caían enfermos y no podían trabajar, por ejemplo).» «La República duró... hasta las elecciones de 1933 —dice F. Bodas— que ganaron los capitalistas... Gobernando Gil Robles, que era del bando capitalista, hubo en Madrid una huelga de nueve meses y se paraba a los trabajadores al grito de manos arriba.

«En lugar de alcaldes pusieron delegados gubernativos, [que] en Belvís de la Jara era el sacristán.» El delegado gubernativo, al ver los resultados de las elecciones de febrero del 36 «marchó a Cebolla (Toledo) y luego a Madrid, donde se introdujo en la cárcel de mujeres; pero fue descubierto y lo mataron.» Lo habían puesto «para defender a los ricos.» La Casa del Pueblo de Belvís fue clausurada durante nueve meses «cuando gobernaba Gil Robles.» «En Belvís los ricos crearon Acción Popular; muchos pobres iban allí engañados por si les daban trabajo, pero luego no se lo daban. El delegado gubernativo quería que los ricos diesen trabajo a los pobres, pero éstos no querían.»

Niceto Alcalá-Zamora, el Bota, «era un gran orador, al igual que Azaña, el Berruga.» Gil Robles, Cara de Pera, Lerroux y Pedro Rico, el alcalde de Madrid, eran unos falsos. «Azaña y Alcalá-Zamora fueron los mejores ministros.» «Empezaron a organizarse manifestaciones con los brazos alzados, mostrando la hoz y el martillo; hasta las madres levantaban los brazos a los niños. «Los disturbios tampoco cesaban en el campo. Los campesinos y jornaleros sin tierra intentaban ganar a duras penas las que pertenecían a la burguesía.»

José Zayas, Pepe Zayas, era entusiasta de la República y se fue andando a Aranda de Duero (Burgos), a treinta y cuatro kilómetros de su pueblo, para asistir a un mítin de un tal Jaime Aguilar, del Partido Republicano, que dijo muy buenas cosas. Luego, cuando ganó el Frente Popular, lo celebró emborrachándose y dejando a la novia preñada, lo que le trajo bastantes problemas familiares. Su entusiasmo, sin embargo, no era compartido por sus padres que, profundamente religiosos, se lamentaban de «tener un hijo comunista» y llegaron a pedirle que se fuera de casa si persistía en su actitud.

En San Bartolomé de Tormes (Salamanca), un pueblo de pequeños propietarios agrícolas sin desigualdades sociales, hubo un intento de explicar el socialismo a los labradores; «pero en el pueblo cada uno lo entendía a su manera. Por ejemplo, una mujer iba un día con cinco vacas y otra se le acercó y le dijo que le diera dos vacas, que todo iba a ser todos.» Algunos, no obstante, se afiliaron al PSOE o a la UGT, pero «cuando sobrevino el alzamiento nacional no se volvió a saber nada de ellos, desaparecieron; como aquella zona estaba en poder de los nacionales seguramente los denunciaron y se los llevaron.»

En Val de San Lorenzo, un pueblo de la Maragatería leonesa, la casi totalidad de sus habitantes se dedicaban a hacer mantas de lana; «pero era un tipo de industria tan artesanal que apenas les daba para comer, por lo que casi todas las familias tenían algún miembro que emigraba a Buenos Aires donde la mayoría montaban negocios.» Los maragatos son «gente trabajadora, esforzada y viajera.» En Val de San Lorenzo demostraron una gran inquietud cultural y, en colaboración con el maestro, fundaron una sociedad recreativa y cultural, la Unión, donde había salón de baile, sala de juego y biblioteca. Cuenta Aurelia Iglesias Prieto, maestra y esposa del maestro, «que este centro no fue bien visto por otros vecinos que lo tuvieron por un foco de ideas demasiados avanzadas. Ya se perfilaban los dos bandos en que estaban divididos los vecinos del pueblo.» «En los meses anteriores al levantamiento se notaba algo especial. En aquella época las noticias llegaban boca a boca... y ya había gente de derechas que hablaban de que aquello no podía continuar.» En Val de San Lorenzo alguien incendió la iglesia, pero nunca se supo quién. Tampoco fueron bien vistos por los propietarios los intentos de reforma agraria. «Estas cosas aumentaron las diferencias entre las derechas e izquierdas. Y en los pueblos estas diferencias no eran simplemente por la política, sino también por enemistades de otro tipo.» Aurelia Iglesias recuerda mucho a Manuel Azaña y a Julián Besteiro. «Del primero dice que había querido reformar la España que no había tomado el tren de la revolución industrial, pero que no le dejaron hacerlo. Del segundo, que había sido una persona muy íntegra, pero que muchos de los que le seguían no estaban a su altura.»

Aurelia Iglesias Prieto y su esposo, «como la mayoría de los maestros, eran republicanos», porque valoraban la libertad y la importancia que se había dado a la cultura. Que la República había hecho un gran esfuerzo por erradicar el analfabetismo y mantener a los maestros al día mediante las misiones pedagógicas. Así, luego la mayoría de los maestros de León pagaron caro su lealtad republicana.

En Renales (Guadalajara) nadie sabía muy bien qué era la República, pero pensaban que algo mejorarían, «que les iban a quitar las tierras a los ricos y se las iban a dar para cultivarlas.» Sin embargo, en el pueblo no se notó ninguna mejora. En Diego Álvaro (Ávila) los jornaleros salieron muchas veces con las hoces «para que nadie fuera a trabajar al campo y así amedrentar a los de derechas.»

Al producirse la ruptura entre las clases trabajadoras y la República, «la gente tenía gran temor a los rojos» y entonces José Antonio Primo de Rivera funda La Falange, que «intenta glorificar la antigua España.»  

El voto femenino

En el 33 votaron por primera vez las mujeres, aunque Ana Delgado «no votó por prudencia.» En estas elecciones «votaron las mujeres —dice Francisco Bodas— porque los ricos creyeron que con sus votos ganarían; pero perdieron.» «Si bien es cierto que la mujer ya poseía el derecho al voto, Ciriaco Gismera no recuerda que ninguna de sus hermanas lo ejerciera. A pesar de la existencia del derecho político, la realidad social era muy diferente.» «El voto de 1933 fue una experiencia nueva para Eduarda Andrés, que, influida por su marido, votó lo que él quiso. En el pueblo no había casi republicanos; pero, como había cacique, hicieron que ganase la República.» «Las mujeres de Renales (Guadalajara) aceptaron con bastante ilusión el derecho a voto y lo ejercieron la mayoría de ellas.»

 

La política religiosa

 

«En aquella época la Iglesia tenía mucha importancia; había una especie de alianza entre las armas y la cruz.»  «La Iglesia no esperaba nada bueno del gobierno del Frente Popular. A la mínima chispa de violencia entre los trabajadores, provocaba a la Iglesia [sic], que complacía a los que tenían el poder y sólo se preocupaba de dar enseñanza a los hijos de los burgueses, los hijos de familias pobres no tenían nada que hacer al lado de éstos.» «La Iglesia era la guardiana de un mundo que el pobre quiere destruir. La Iglesia opinaba que una República que permitía tales excesos por parte de la gente, no merecía ser defendida.»

Ciriaco Gismera, como muchos socialistas, se consideraba ateo. «Quizá la realidad en que se veía obligado a vivir era demasiado dura como para poder creer en la existencia de un Dios que parecía propiedad, como todo, de unos pocos. Por ello no visitaba la iglesia, que únicamente consideraba instrumento de la derecha.» Eduarda Andrés pertenecía a una familia bastante rica y muy religiosa de Arenillas (Soria), donde la gente se dedicaba a la agricultura y al pastoreo de ovejas, y lo que más le afectó de la República fue la persecución que hubo contra la Iglesia:

«En la República prohibieron las procesiones y al cura del pueblo lo metieron preso por salir de procesión con el Santísimo alrededor de la iglesia y sólo fue puesto en libertad gracias a la intervención de los vecinos del pueblo... En las escuelas se terminó la religión y quitaron los crucifijos... Insultaban a la gente por ir a misa... El viático, que antes era un acto público al que acudía todo el pueblo, se prohibió durante la República hasta el extremo de que el cura tenía que llevar la hostia escondida debajo de la sotana. Al cura lo echaron del pueblo. El pueblo estaba dividido en dos bandos: el republicano y la unión del pueblo a favor de la Iglesia. «Hicieron una lista de las personas que solían ir habitualmente a misa y, si los marxistas hubieran entrado en el pueblo, habrían hecho una matanza.»

 

La crisis final

 

«El Frente Popular ha ganado y las huelgas empiezan a hacer su aparición. Hay violencia, atentados políticos y una manifestación lleva a otra.» «La gente estaba descontenta con la situación; pero no podías decirlo muy alto, porque cualquiera te podía denunciar, te ponían el sambenito de traidor a la República y ¡pum! en la cabeza. Te daban el paseíto enseguida.» «Yo estaba a favor de la República, pero está visto que no lo sabían. Yo tenía un pequeño comercio y tuve que cerrarlo, y no tenía otro medio de vida. Pedí ayuda al gobierno de la República y me concedieron una pensión. Pero cuando las cosas empezaron a ir mal, me la retiraron, y conocí a muchos que estaban afiliados al Partido Comunista y al Socialista que cobraban aún más que yo, y siguieron cobrando, claro. Me decepcionaron mucho, pero sigo siendo republicano.»

En Madrid, poco antes de empezar la guerra, «se podía observar por las calles una cierta tensión que alguna vez terminaba en una reyerta por ideas políticas.» Ciriaco Gismera, miembro de las Juventudes Socialistas, «recuerda los cada vez más frecuentes enfrentamientos con los miembros de la Falange Española que aumentaban día a día.» «Gran parte de estas emociones [políticas e ideológicas] eran avivadas por los grandes líderes: Pablo Iglesias, Wenceslao Carrillo, Largo Caballero o José Antonio llenaban las ondas de la radio con sus arengas que empujaban a la juventud a posturas muy comprometidas.  La radio era el principal medio de difusión, alrededor del cual se reunía la familia para escuchar, no sólo los discursos políticos y las noticias, sino todo tipo de programas.» . En la Universidad los falangistas distribuían La conquista del Estado y los socialistas El Socialista. Cuando los dos grupos se encontraban, el menor salía huyendo. María Fernández García recuerda el clima prerrevolucionario que se vivía en Madrid, con muchas huelgas, altercados públicos y mítines políticos, algunos de los cuales los daban La Pasionaria y Santiago Carrillo en la Casa de Campo.

 

A Luis Martínez González, que tenía diecisiete años y pertenecía a las Juventudes Falangistas, lo encarcelaron en Granada pocos días antes del 18 de julio porque lo detuvieron en una refriega y le encontraron un arma: «Compartía la celda con varios presos más, que de día en día iban siendo trasladados a otras cárceles o eran fusilados. A uno de mis compañeros, que esperaba ser ejecutado, una noche se le puso todo el pelo blanco. Yo también temí que me fusilaran. Pero una mañana, a través de la ventana de la celda que daba a la calle, escuché la voz de un familiar que pasaba, el cual, al percatarse de mi situación y como tenía contactos en el gobierno civil, consiguió que me liberasen en unas horas.»

«En Arenillas (Soria) mandaban los afiliados a la CNT —recuerda Eduarda Andrés—, cuyos principales cabecillas eran el médico, el maestro, el alcalde y el secretario. Se reunían por la noche a escondidas, como el pueblo estaba en contra de ellos; pero una noche les esperaron para ajustarles las cuentas y les dieron una paliza. El pueblo se alborotó y fueron a por el médico para matarlo... tuvo que huir de allí.»